Miro tu rostro marcado por el surco de los años. Han pasado ya ,37 años desde que te conocí, y sigo descubriendo cosas nuevas.
La ternura de tus ojos, cuando cometo un error, la dulzura de tus besos al decirme: te amo, la fuerza de tus abrazos, que se sienten como un deseo maravilloso de “no me faltes nunca”.
El paso de los años ha hecho madurar nuestra piel, nuestra mente, pero no nuestro corazón que sigue latiendo como el momento en que nos encontramos por primera vez.
Ese mismo corazón que sufre de solo pensar que me faltaras, que tendría que levantarme por las mañanas sin tu sonrisa, y tus bromas.
Ese dulce despertar que se repite por tantos años, desde que nuestras almas se encontraron, se unieron definitivamente.
¿Como no amarte? Si sos el aire que respiro, el sol que sale aun cuando llueve, la leve brisa que me acompaña en las mañanas de trabajo.
¿Cómo no cuidarte? Si me faltaras, faltaría el aire, el agua, el sol, la vida.
¿Cómo no pensar en que te puedo perder? Si los años van pasando, cruelmente, sin pensar que no podemos estar el uno sin el otro.
Tu mirada perdida, a veces, me hace pensar, en una tristeza no permitida, en la entrañable juventud que se escapa de nuestras manos sin pedir permiso.
Me gusta mirarte por las noches dormir, y pido a Dios poder disfrutar en la mañana de tus ojos brillantes de vida, y tu sonrisa plena, esa misma sonrisa que me conquisto hace tantos años atrás y me sigue conquistando.
Sueño con un largo caminar de nuestras vidas por las playas que tantos nos vieron reír y llorar.
Me gusta acariciar tu rostro, tu cabello, tomar tus manos fuertemente, para decirte de alguna forma: sos mi amor eterno.